Por Salvador Montoya/Escritor
El testimonio profundo, dialéctico y penetrante de Rigoberta Menchú, en
el libro Asi me nació la conciencia,
pone de manifiesto el fundamento de ser
una persona que asume su libertad soberana, sin servidumbres ni pactos de doble
moral. Por eso fue atacado ese texto con una guerra sucia mundial. ¿Cuál
era el peligro del testimonio de esa india guatemalteca? Rigoberta enseñaba a ver nuestra historia como el baluarte de un
pueblo. La enseñanza de Menchú se encuentra tejida como el evangelio de
Jesús. Indica Lucas, el médico, que le escribe sobre Jesús a su amigo Teófilo con
este propósito: “…poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido
ciertísimas…para que conozcas bien
la verdad…” (Lucas 1.1,4). Lucas
logra su acometido en dos inmensos tratados, con una investigación histórica lúcida.
En su segundo tratado afirma: “En el primer
tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas
las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hechos 1.1). Para forjar la conciencia una persona necesita
poner en orden su historia y luego conocer lo que otros han hecho con los principios
de esa historia. No se pide que escriban volúmenes o sean eruditos de historia.
Un seguidor de Cristo decía Lucas, el médico, debe conocer muy bien lo que enseñó
e hizo Jesús, es decir su historia biográfica (El evangelio de Lucas). Y además debe saber los hechos de los que siguieron
a ese hombre extraordinario (Hechos).
Estamos seguros que Teófilo era uno de los hombres mejor informados sobre esos asuntos
históricos. Y allí hay tres beneficios: tienes
certeza de vida y de propósito, eres libre por la verdad y multiplicas la efectividad
de tu liderazgo. De esas ventajas surge que, en menos de 30 años, el evangelio
de Jesús haya llegado con éxito hasta la España del Imperio Romano. Tal cual Rigoberta
Menchú en nuestra América Latina con su historia punzante. Quien es partero de conciencias tiene el punto de apoyo para transformar
el mundo positivamente.
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