sábado, 7 de enero de 2012

CRÍTICA A LA CRISTIANDAD POSTMODERNA

Por Salvador Montoya/Escritor

Hay un cuento escrito por García Márquez hermosísimo. Se titula El drama del desencantado; trata sobre un hombre que desesperado por no encontrarle encanto a la vida decide suicidarse lanzándose desde el último piso de su edificio. Pero sucedió que mientras iba descendiendo por los aires miró las cosas de la vida a través de las escenas de los otros apartamentos y cuando se dio cuenta que la vida valía la pena de ser vivida no tuvo más chance porque su cuerpo se estrelló sobre el pavimento. Sabemos que el cristianismo se nutre de la enseñanza de Jesús de Nazaret, pero ¿cuántos de de verdad han leído los evangelios bíblicos? Es más, ¿cuántos que se llaman cristianos han leído la Biblia completamente? ¿Somos cristianos encantados o desencantados?
Ahora bien, el modo y la calidad de vida que asumimos al hacer nuestras las enseñanzas de Jesucristo es lo que llamamos cristiandad. Como cada pueblo y cada región tienen sus especificidades le da un matiz distinto a la esencia del cristianismo. En el caso de la postmodernidad asienta Lipovetsky en su libro La era del vacío que el postmoderno “va disecando su propio ridículo, presentándose a sí mismo y al espectador el espejo de su Yo devaluado” (Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 1986, pp. 144-145). Por su parte Luis Britto García afirma que la postmodernidad es “arquitectura sin función, arte sin desafío, literatura sin experimentación, comprensión sin compromiso” (Luis Britto García, Conciencia de América Latina, Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 2002, p. 170). Por ello, una cristiandad postmoderna predica que todos los valores, todo lo humano -ética, historia, política, estética, cultura, compromiso- se irían al pipote de la basura. ¿Cómo es posible que se llegue a tal paranoia, a tal juego absurdo?
La operación es sencilla, tiene 3 factores efectivos. En primer lugar, los líderes cristianos en todos sus niveles de jerarquía jamás disertan, exhortan y demuestran las causas estructurales de la pobreza en nuestros países. Jamás critican el sistema de exclusión en que nos encontramos. Sus enseñanzas en cuanto a ese tema son evasivas, camaleónicas y tibias. Sin liberación de los oprimidos no habrá cristianismo verdadero. En segundo lugar, no reconocer el liderazgo histórico de nuestros dirigentes pasados y presentes. Es decir, para los líderes cristianos postmodernos (sean telepredicadores o no) Bolívar, San Martín, Eloy Alfaro, Sandino, Artigas, Miranda, Guaicaipuro, Túpac Amaru y miles más, jamás son líderes que son necesarios para activar nuestras luchas contra la maldad, el neocolonialismo y la ignorancia. En sus prédicas usan de ejemplos a los líderes judíos bíblicos pero les dan asco los nuestroslatinoamericanos. Esos líderes postmodernos piensan que los latinoamericanos son pura desidia, caos, irracionalidad, vacíos. Sin el rescate histórico de nuestra memoria y liderazgo nunca habrá cristianismo genuino.
Y en último lugar, los líderes cristianos postmodernos no promueven una conciencia crítica en los pueblos. No hacen referencia a libros, filosofías, estudios, documentos de un pensar revolucionario constructivo. Viven en una metafísica teológica y en un misticismo efímero. Por eso han excluido de las iglesias a escritores, a dramaturgos, a científicos, a las artes y ciencias en general. Donde no hay conciencia crítica jamás se vivirá el cristianismo veraz. Decidamos pues: ser postmodernos desencantados o cristianos de la estirpe de Jesús de Nazaret.

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