Entramos en
el taxi. El hijo como copiloto le sonríe a su padre, el piloto. Yo, como amigo
del hijo, soy testigo de sus conversaciones híbridas, irónicas y faltas de
tozudez. Es el vicio de lo familiar.
-¿Cómo
te fue hoy, papá?
- -Bueno,
tú sabes. Tuve que rescatar por la mañana a un amigo taxista y ayudarle a
comprar unos repuestos y perdí la mañana. Por la tarde no he hecho mucho.
Luis Álvarez, el hijo le sonríe al
padre del mismo nombre. Quizás nadie se da cuenta que con esa respuesta está enseñando solidaridad, amor humano y liberador.
-
Papá,
¿me prestas dinero?
El padre suelta una carcajada
inmensa.
- No joda, m’hijo! Cuando tú me pides dinero prestado: así estarás de buchón.
- No joda, m’hijo! Cuando tú me pides dinero prestado: así estarás de buchón.
Otras veces hablan de lo duro de la
vida, de fiestas, de los estudios, de los problemas de la ciudad, de deudas, de
la vida familiar. En esta ocasión Luis también hace de la carcajada una
carismática forma de cariño. Su madre (Chiri, para nosotros) al fumar en
sosiego y tomar café conmigo suelta su secreto familiar:
-Padre
e hijo no tienen remedio.
Al llegar a la universidad (nuestro
común destino), el único remedio que sentimos es la esperanza de ser felices un
día más.
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