Por Salvador Montoya/Escritor
Jorge Luis
Borges, adversario compulsivo de la izquierda, escritor de talla universal,
declaró siempre su admiración por la
inteligencia y la figura de Pablo Neruda, quien era comunista y poeta
excepcional. Ahora bien, ¿podrá la oposición venezolana reconocer la
inteligencia en muchos ámbitos de los “ignorantes” chavistas?
En Grecia
antigua se podía declarar que una persona era inteligente, pero no se podía decir que una persona era feliz. La felicidad era un estado para
juzgarlo después de la muerte de esa persona, tal como está escrito en el drama
Edipo Rey de Sófocles.
La mitología griega también agrega sus ejemplos: Sísifo y Tántalo son castigados por abusar de inteligentes no por ser felices. Y es que la vida es un ejercicio de inteligencia: todo acto estúpido genera absurdos. Cuenta Dostoievski que cuando él estuvo preso en Siberia, los prisioneros eran forzados a trabajar, y cortaban árboles que servían de provisión de leña. Ésta era transportada después para las ciudades vecinas. Pero vino un nuevo guardia de la cárcel y cambió esa rutina por mandar a los prisioneros a que hicieran una gran fosa desde la mañana hasta la tarde y luego que la taparan con la tierra retirada anteriormente. Eso fue un golpe bajo para la moral de los prisioneros. Y el escritor ruso inmortal expresa: “Antes, el hecho de recoger leña, la vida tenía significado, pues muchos en las ciudades se veían beneficiados de esa faena, en cambio con la fosa el absurdo era total, no era útil a nadie”. La sensación de no ser útil a nadie hace de la vida una acción imbécil.
Nuestro
país es un laboratorio social de guerra sicológica, todos los días se lanzan
los misiles comunicacionales: todo es catástrofe, todo es anarquía, todo es
envilecimiento. Argumenta con lucidez el politólogo Pérez Pirela que: “Nadie puede llegar al poder con el lema: que
se muera el adversario” (Alexis Correa: “El ausente” en Guía tv, 2/12/2012, p.2). Es más nadie puede ser inteligente exigiendo de entrada
al juego de la vida la muerte del otro. Pero
es esa la operación montada desde hace años. Porque si se sigue tratando la inteligencia
como camino de crear Frankenstein o tenerla
como la Cenicienta es adorarse las propias
miserias. Vivir en una sociedad es compartir inteligencia,
es reconocer que el otro puede usar sus talentos para mejorar mi existencia.
La mitología griega también agrega sus ejemplos: Sísifo y Tántalo son castigados por abusar de inteligentes no por ser felices. Y es que la vida es un ejercicio de inteligencia: todo acto estúpido genera absurdos. Cuenta Dostoievski que cuando él estuvo preso en Siberia, los prisioneros eran forzados a trabajar, y cortaban árboles que servían de provisión de leña. Ésta era transportada después para las ciudades vecinas. Pero vino un nuevo guardia de la cárcel y cambió esa rutina por mandar a los prisioneros a que hicieran una gran fosa desde la mañana hasta la tarde y luego que la taparan con la tierra retirada anteriormente. Eso fue un golpe bajo para la moral de los prisioneros. Y el escritor ruso inmortal expresa: “Antes, el hecho de recoger leña, la vida tenía significado, pues muchos en las ciudades se veían beneficiados de esa faena, en cambio con la fosa el absurdo era total, no era útil a nadie”. La sensación de no ser útil a nadie hace de la vida una acción imbécil.
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