Por Salvador Montoya/Escritor
Estábamos en
clase de historia. La hermosa profesora hablaba de la época de la conquista y
la colonización. Y otro compañero de las
respuestas dementes imaginó embobar a la profesora al decirle:
- Ese
es el tiempo de la isla de Cuyagua, esa isla desapareció con un maremoto.
Quizás Yovani, en el rasta point,
vivió cosas increíbles pero sólo conocemos la isla de Cubagua, que es otra
cosa. Más adelante, en otra clase de literatura apareció una compañera salida
de Macondo. Tocaba hacer un poema y recitarlo. En el turno de ella, la ribazón quedó consternada. Ella le
recitó el poema a su madre. Y fue muy performativo: recorrió en círculos el
salón, levantaba el papel donde escribió el poema con ataques epilépticos y su
voz crecía como río repitiendo: “¡Madrecita, madrecita, una flor se me cayó, y
yo la recogí!”. Es innecesario agregar que la bautizamos así: “Madrecita”. Pero
el bautismo quedaría frágil sin referir el caso de Nostradamus. Nuestro compañero
era sindicalista, es muy tocado por la solidaridad pero audaz en sentidos
perdidos. En una clase de geografía disertó sobre la climatología y terminó hablando
del Apocalipsis y del fin del mundo,
de los mayas y de las fuerzas cósmicas. Estuvimos todos a punto de
arrepentirnos de nuestros pecados. Nostradamus demostró que la ribazón también tiene sus visiones catastróficas,
que son como esperar orgasmos de un maniquí. (Continuará).
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