miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA RIBAZÓN (III)

Por Salvador Montoya/Escritor

Estábamos en clase de historia. La hermosa profesora hablaba de la época de la conquista y la colonización. Y otro compañero de las respuestas dementes imaginó embobar a la profesora al decirle:
-         Ese es el tiempo de la isla de Cuyagua, esa isla desapareció con un maremoto.  
Quizás Yovani, en el rasta point, vivió cosas increíbles pero sólo conocemos la isla de Cubagua, que es otra cosa. Más adelante, en otra clase de literatura apareció una compañera salida de Macondo. Tocaba hacer un poema y recitarlo. En el turno de ella, la ribazón quedó consternada. Ella le recitó el poema a su madre. Y fue muy performativo: recorrió en círculos el salón, levantaba el papel donde escribió el poema con ataques epilépticos y su voz crecía como río repitiendo: “¡Madrecita, madrecita, una flor se me cayó, y yo la recogí!”. Es innecesario agregar que la bautizamos así: “Madrecita”. Pero el bautismo quedaría frágil sin referir el caso de Nostradamus. Nuestro compañero era sindicalista, es muy tocado por la solidaridad pero audaz en sentidos perdidos. En una clase de geografía disertó sobre la climatología y terminó hablando del Apocalipsis y del fin del mundo, de los mayas y de las fuerzas cósmicas. Estuvimos todos a punto de arrepentirnos de nuestros pecados. Nostradamus demostró que la ribazón también tiene sus visiones catastróficas, que son como esperar orgasmos de un maniquí. (Continuará). 

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