Por Salvador Montoya/Escritor
Aunque nadie lo crea y a los religiosos
los exaspere: Jesús tenía a los pecadores
como sus grandes amigos. Es decir, quien
se confiese pecador puede ser amigo de Jesús. Además el Redentor amaba comer
y beber con ellos, hacer banquetes y fiestas. Este aspecto diáfano y revolucionario
del Rabí de Galilea lo entendemos en Marcos 2.13-17. Por tanto, quien quiera comer y beber con Jesús de Nazaret
debe seguirlo. Mateo era recaudador de impuestos, era considerado como traidor,
como parte de la basura social. Sin embargo, Jesús lo llama, le dice que lo siga.
Así que todos aquellos que puedan ser tratados como escorias, como ignorantes, como
mediocres, como estúpidos, como excluidos, como pobres, como ladrones, como oprimidos
pueden seguir a Jesús sin tapujos. Escribió con pasión Benjamín Carrión que: “He de repetirlo hasta la tozudez: este colonialismo
actual, que todo se lleva y nada deja, rapaz en términos de sabiduría financiera
y brutal en sus medios de realización expoliadora, es indudablemente peor que el
colonialismo paternal –no paternalista- de la dominación española” (Benjamín
Carrión, América dada al diablo, Caracas,
Monte Ávila Editores, 1981, p. 180). La invitación de Jesús es para salir de ese
estado de colonialismo y dignificar la vida y los sueños de la humanidad libre.
Quien quiera comer y beber con Jesús comparte
con los pecadores. Lo más popular en nuestros pueblos latinoamericanos es observar
actitudes de aquellos que por algún título, acción o puesto ya excluyen a los demás
y los tratan como cosas insignificantes. Muchos
quieren seguir a Jesús pero sin compartir con los que viven en el mundo. ¡Un
total absurdo! Y por último, quien quiera
comer y beber con Jesús ofrece medicinas a los pecadores. Los problemas, crisis
y complicaciones de nuestra contemporaneidad tienen que ser enfrentados con una
sabiduría y una espiritualidad radical y crítica y eso exige hacer equipos transdisciplinarios,
fortalecer poderes comunitarios, doblegar nuestro egoísmo y sed de preponderancia
individual como lo hizo el Samaritano. De esa manera fue que Jesús de Nazaret triunfó
y nosotros también podemos triunfar.
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