martes, 4 de diciembre de 2012

COMER Y BEBER CON JESÚS DE NAZARET





Por Salvador Montoya/Escritor



Aunque nadie lo crea y a los religiosos los exaspere: Jesús tenía a los pecadores como sus grandes amigos. Es decir, quien se confiese pecador puede ser amigo de Jesús. Además el Redentor amaba comer y beber con ellos, hacer banquetes y fiestas. Este aspecto diáfano y revolucionario del Rabí de Galilea lo entendemos en Marcos 2.13-17. Por tanto, quien quiera comer y beber con Jesús de Nazaret debe seguirlo. Mateo era recaudador de impuestos, era considerado como traidor, como parte de la basura social. Sin embargo, Jesús lo llama, le dice que lo siga. Así que todos aquellos que puedan ser tratados como escorias, como ignorantes, como mediocres, como estúpidos, como excluidos, como pobres, como ladrones, como oprimidos pueden seguir a Jesús sin tapujos. Escribió con pasión Benjamín Carrión que: “He de repetirlo hasta la tozudez: este colonialismo actual, que todo se lleva y nada deja, rapaz en términos de sabiduría financiera y brutal en sus medios de realización expoliadora, es indudablemente peor que el colonialismo paternal –no paternalista- de la dominación española” (Benjamín Carrión, América dada al diablo, Caracas, Monte Ávila Editores, 1981, p. 180). La invitación de Jesús es para salir de ese estado de colonialismo y dignificar la vida y los sueños de la humanidad libre. 
Quien quiera comer y beber con Jesús comparte con los pecadores. Lo más popular en nuestros pueblos latinoamericanos es observar actitudes de aquellos que por algún título, acción o puesto ya excluyen a los demás y los tratan como cosas insignificantes. Muchos quieren seguir a Jesús pero sin compartir con los que viven en el mundo. ¡Un total absurdo! Y por último, quien quiera comer y beber con Jesús ofrece medicinas a los pecadores. Los problemas, crisis y complicaciones de nuestra contemporaneidad tienen que ser enfrentados con una sabiduría y una espiritualidad radical y crítica y eso exige hacer equipos transdisciplinarios, fortalecer poderes comunitarios, doblegar nuestro egoísmo y sed de preponderancia individual como lo hizo el Samaritano. De esa manera fue que Jesús de Nazaret triunfó y nosotros también podemos triunfar.

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