martes, 13 de noviembre de 2012

RECONOCIENDO MI DESTINO



Por Salvador Montoya



Se reconoce el destino al develar las actitudes que destruyen nuestra voluntad de lucha. En las novelas de Onetti se consolida una degradación de la aventura humana, se hace irrespirable ir ahogándonos en una infelicidad corrosiva, se va apagando en esa narrativa la lumbre del alma. En la misma dirección de ideas, el apóstol Pablo escribió: “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Filipenses 1.15-18). Quien se esfuerza por conquistar lo que sueña batallará contra seis grandes flagelos: la envidia, la contención, la falsedad, la obstrucción, la malicia y el sofisma. Una persona que vive de pretextos se estrella diariamente en sus propias trampas. Por tanto, la vida propone que cultivemos la integridad, que está basada en la buena voluntad, en el amor y en la verdad. Así alcanzamos nuestro destino de buen vivir en justicia. Gustavo Pereira dice que todo heroísmo es subterráneo y anónimo. En otras palabras, el hombre que reconozca su destino no necesita salir en los grandes medios o en la alharaca popular para que su vida sea plena y productiva. Pues todo acto heroico (nuestros hechos amorosos, genuinos y solidarios) humaniza nuestra historia cotidiana.  

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