Por Salvador Montoya
Se reconoce el destino al develar las
actitudes que destruyen nuestra voluntad de lucha. En las novelas de Onetti se
consolida una degradación de la aventura humana, se hace irrespirable ir ahogándonos
en una infelicidad corrosiva, se va apagando en esa narrativa la lumbre del
alma. En la misma dirección de ideas, el apóstol Pablo escribió: “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por
envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo
por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones;
pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del
evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por
verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Filipenses 1.15-18). Quien se esfuerza
por conquistar lo que sueña batallará contra seis grandes flagelos: la envidia,
la contención, la falsedad, la obstrucción, la malicia y el sofisma. Una persona que vive de pretextos se
estrella diariamente en sus propias trampas. Por tanto, la vida propone que
cultivemos la integridad, que está basada en la buena voluntad, en el amor y en
la verdad. Así alcanzamos nuestro destino de buen vivir en justicia. Gustavo Pereira
dice que todo heroísmo es subterráneo y anónimo. En otras palabras, el hombre
que reconozca su destino no necesita salir en los grandes medios o en la alharaca
popular para que su vida sea plena y productiva. Pues todo acto heroico (nuestros hechos amorosos, genuinos y solidarios)
humaniza nuestra historia cotidiana.
todo destino está en desarrollo....
ResponderEliminar