Por Salvador Montoya/Escritor
Eduardo
Galeano cuenta que “cuando las esclavas
negras huían de las plantaciones de Surinam, en el siglo XVII, llenaban de
semillas sus frondosas cabelleras. Al llegar a los refugios de los cimarrones,
en la selva, sacudían la cabeza y fecundaban, así, la tierra libre”
(Eduardo Galeano, El descubrimiento de
América que todavía no fue y otros ensayos, Caracas, Alfadil Ediciones,
1991, pp. 152-153). La historia es la semilla que fecunda la tierra libre. Conociendo
la historia somos fructíferos en la libertad productiva. Acertaba San Pablo al
decir de la historia del pueblo de Israel que: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestaros a nosotros, a quienes
han alcanzado los fines de los siglos” (1 Corintios 10.11). Es la historia como
paradigma ético y como tesis del pensamiento constructivista. Porque a través
de la historia se dio cuenta de cinco peligros del liderazgo: la codicia, la
idolatría, el prostituirse, falta de espiritualidad y la murmuración. Fecundar nuestro
liderazgo exige tener sobriedad de espíritu. Argumenta el gran intelectual
brasileño Theotonio dos Santos que: “Una
de las tesis preferidas del neoliberalismo es el fin de las ideologías, el fin
de la historia, la racionalidad o la adecuación definitiva de los medios a los
fines, el pleno desarrollo de la ciencia objetiva e instrumental que prescinde
definitivamente de los valores y se concentra totalmente en el desarrollo de un
instrumento neutro. Nada más tedioso que esa propuesta. Nada más limitante y
destructivo, moral y emocionalmente” (Theotonio dos Santos, Del terror a la esperanza, Caracas,
Monte Ávila Editores, 2006, p. 58). Fecundar
nuestro liderazgo afirma nuestro ser creativo, digno, solidario y pensante. Líder
que conozca su historia y aprenda de ella, luchará por su destino. ¿Tu
liderazgo lleva semillas u hojarascas?
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