jueves, 9 de febrero de 2012

POR ENCIMA DE LOS INFIERNOS

Por Salvador Montoya/Escritor

Y yo también te digo, que tú
Eres Pedro, y sobre esta roca
Edificaré mi iglesia; y las
Puertas del Hades no
Prevalecerán contra ella.

Mateo 16.18


La obra emblemática de Alighieri Dante La Divina Comedia que es un poema sobre el quehacer de la humanidad, desde la santidad hasta la sabiduría; nos ofrece un peregrinaje coloso mediante dos personajes principales: Beatriz y Virgilio, representantes de lo más humano que poseemos. Con ellos atravesamos el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. El Infierno dividido en nueve círculos nos retrata con hondo vitalismo una panorámica sórdida sobre el corazón humano. Escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer sobre ello: “¿De dónde sacó Dante el material de su infierno sino del mundo actual? Y a fe que lo hizo con él un verdadero infierno”. Y un real infierno tenemos si rechazamos la sabiduría y la guía de las virtudes. Gabriel García Márquez narra el infierno vivido por el chileno Sebastián Acevedo, un humilde minero del carbón que se prendió fuego para que no se siguiera torturando a su hijo de veintidós años y a su hija de veinte, detenidos por porte ilegal de armas bajo la dictadura de Pinochet. Con maestría describe García Márquez: “Sebastián Acevedo no hizo una súplica sino una advertencia. Como el arzobispo estaba de viaje, habló con los funcionarios del arzobispado, habló con los periodistas de mayor audiencia, habló con dirigentes de la industria y el comercio, habló con todo el que quiso oírlo, inclusive con funcionarios del gobierno, y a todos les dijo lo mismo: “Si no hacen algo para impedir que sigan torturando a mis hijos, me empaparé de gasolina y me prenderé fuego en el atrio de la Catedral”. Algunos no le creyeron. Otros no supieron qué hacer. En el día señalado, Sebastián Acevedo se plantó en el atrio, se echó encima un cubo de gasolina, y advirtió a la muchedumbre concentrada en la calle que si pasaban de la raya amarilla se prendería fuego. No valieron los ruegos, no valieron órdenes, no valieron amenazas. Tratando de impedir la inmolación, un carabinero pasó de la raya, y Sebastián Acevedo se convirtió en una hoguera humana.
Vivió todavía siete horas, lúcido y sin dolor. La conmoción pública fue tan radical, que la policía se vio forzada a permitir que su hija lo visitara en el hospital antes de morir. Pero los médicos no quisieron que lo viera en su estado de horror, y sólo le permitieron hablar por el citófono. “¿Cómo se yo que tú eres Candelaria?”, preguntó Sebastián Acevedo al oír la voz. Ella le dijo entonces el diminutivo cariñoso con que él la llamaba cuando niña. Los dos hermanos fueron sacados de las cámaras de tortura, tal como el padre mártir lo había exigido con su vida, y puestos a disposición de los tribunales ordinarios. Desde entonces, los habitantes de Concepción tienen también un nombre secreto para el lugar del sacrificio: Plaza Sebastián Acevedo” (Gabriel García Márquez, La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, Bogotá, Editorial La Oveja Negra, 1986, pp. 70-71).
Una convicción de amor lúcido puede sobreponerse al más horroroso infierno como lo hizo ese padre mártir chileno. Pues al caminar en la verdad todos los infiernos de la mentira no podrán jamás tocarte. Señala Jimmy Massey, soldado norteamericano que guerreó en Irak cómo se le develó la podredumbre del sistema al que pertenecía. Por ello escribió un libro titulado Cowboys del infierno donde desnuda con ruda crudeza las vivencias de un soldado alienado sin escrúpulos. Y allí afirma: “Esta es la historia de mi desengaño” (Jimmy Massey, Cowboys del infierno, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2008, p. 3). El arna ideológica de los infiernos es el engaño, el hacerte creer lo que no eres. Jesús de Nazaret reta a sus discípulos con una pregunta sobre su identidad: quien no esté seguro de quién es Cristo, será un seguidor eunuco de él. Si se tiene una identidad firme se tendrá felicidad, revelación profética de las verdades de la vida, serás iglesia con él y el infierno no te podrá vencer. Eso es ser radical: posees las llaves para abrir cosas maravillosas, tienes autoridad, posees soberanía. Siendo iglesia puedes caminar por encima de los infiernos. La iglesia es “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3.15). Quien se sostiene con la verdad ningún infierno lo derriba. A ellos les canta Lazo Martí al decir:
Felices los que lleno de bravura
Siguen como las águilas su vuelo,
A través de los nublos de la altura
Y contra el rayo asolador del cielo
(Francisco Lazo Martí, Poesía, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2000, p. 32)

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