Por Salvador Montoya/Escritor
Un liderazgo
de proezas produce una sociedad de protagonistas. Nuestra constitución afirma
que la democracia debe ser “participativa y protagónica”. Guiar a los pueblos a
participar, a convivir, venciendo desafíos requiere de un liderazgo asertivo,
dinámico e innovador. El gran escritor alemán Hermann Hesse en su novela Viaje al este describe la travesía de un
hombre que desea alcanzar la iluminación. Este hombre se lleva a su mucamo para
que lo atienda en el viaje y después de pasar por muchas peripecias y logrando
llegar al monasterio para ser sabio, al final se da cuenta que el líder del
monasterio era su mucamo. La parábola de Hesse es incisiva: liderar es hacer de
otros, a través del servicio, gente de proezas. Nuestro mundo actual tiene
fiebre de éxito banal, de farándula burda y en la psique colectiva se crecen
ansias de un actuar como si estuviéramos viviendo un espectáculo ensordecedor.
Por ello el liderazgo de proezas está bautizado por el desierto. Sólo así
obtenemos un carácter xerófilo, afirmamos nuestras raíces, no somos superficiales
ni baldíos. Pero también un liderazgo de proezas está bautizado por el agua. El
conocimiento, la sabiduría, el sumergirnos en los saberes que nos potencien la
vida: ahí está el secreto de las victorias. El diálogo de las ideas cultiva una
vida solidaria, desafiante y feliz. Por último, el liderazgo de proezas está
bautizado por el fuego, símbolo del avivar, de la actividad que purifica la
sociedad. Nuestros problemas de inseguridad, violencia familiar, deserción
estudiantil, desempleo tienen solución en el fuego purificador de la verdad, de
lo genuino. Carpentier en su novela El
siglo de las luces nos argumenta que la vida de los líderes es producción
de nueva conciencia, de cultura poderosa por medio de la fraternidad. De tal
reto, tales proezas.
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