martes, 12 de febrero de 2013

ARQUITECTURA DEL DISCURSO DE LIBERACIÓN

Por Salvador Montoya/Escritor
Ser libre es tener un vocabulario de emancipación. Descubrió el poeta venezolano Gustavo Pereira que una de nuestras comunidades indígenas tiene este concepto muy fuertemente arraigado: “Los pemón llaman al sabio a la persona que posee conocimientos y sabe expresarlo Maimú sak (señor o gobernador de las palabras) mientras que al charlatán o parlanchín le dicen Maimú yen, que significa literalmente ‘saco de palabras’” (Gustavo Pereira, Costado indio, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2001, p. 42). Ser libre es cultivarse en el arte de las palabras. No es el hablar bonito, es usar el poder de la franqueza, de la asertividad por medio de la conciencia histórica. Los débiles, los mediocres no tienen dominio sobre sus palabras, sólo repiten viejas consejas, rumores y clichés. Ser libre es dominar tu historia, tu conciencia por las palabras que crees, que vives y que compartes. Tus palabras definen tu destino, tu carácter y tu prosperidad. Es 1811, Venezuela está en un hervidero político y cultural. Un joven que está por cumplir 28 años comparte en una Sociedad Patriótica los sentimientos de libertad y de independencia. Sin embargo, mucha gente de poder político imperial y de poder económico se resigna a no hacer caer el régimen colonial que tiene 3 siglos de mandato. Hay confusión, dudas, contradicciones. Entonces el joven les arenga brevemente para que salgan del letargo, de las vacilaciones, de las incertidumbres: “¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años de calma, ¿no bastan?...Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos” (Simón Bolívar, Doctrina del Libertador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2009, p. 51). Ese lacónico discurso de Simón Bolívar, el 3 de julio de 1811, de 197 palabras contiene todo el léxico que va derrotar al imperio español y traer una nueva cultura de independencia política. Ser libre es tener poder por las palabras que le vivifican, le fortalecen esa libertad. Y ese estilo de comunicación construye una actitud de lucha. Jesús de Nazaret, al enviar a sus discípulos a hacer su misión, les dijo: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10.16). Ser libre es tener la actitud de combate con prudencia y sencillez. Escribe Arturo Uslar Pietri que en un cuento sobre el preste Juan de las Indias, éste le pregunta al rey Federico II cuál es la cosa más importante para el hombre. “El emperador, sabio y prudente, se queda meditando un instante, y da luego esta respuesta admirable, que encierra lo que pudiéramos llamar la esencia del pensamiento del hombre occidental y su concepción moral de la vida: “Lo más importante para el hombre es la mesura”, es decir, la medida, la proporción, el equilibrio, la ausencia de exceso” (Arturo Uslar Pietri, Valores Humanos, Tomo I, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1975, p. 144). Ser libre es administrar con equilibrio el tiempo de la vida, no dejarnos destruir por las banalidades o los excesos del mundo contemporáneo. Y esa mesura nos proveerá una sencillez admirable con la cual enfrentaremos cualquier obstáculo o enemistades. Cuenta Eduardo Galeano, ese mago de las historias, que Ho Chi Minh, hombre valeroso que derrotó a los ejércitos franceses y norteamericanos: “El tío Ho se parecía poco a los jefes de otras revoluciones. En cierta ocasión, un militante volvió de una aldea y le informó que no había manera de organizar a esa gente: -Son unos budistas atrasados, se pasan todo el día meditando. –Vuelva y medite- mandó el tío Ho (Eduardo Galeano, Los hijos de los días, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2012, p. 153). Ser libre es actuar con la sencillez de entender a las personas, respetarlas y amarlas. Hay verdaderos cambios cuando se milita en los sueños y en los avatares de la gente. Por tanto, ser libre es bailar lo divino que nos mueve la existencia. Cantó el poeta rumano Lucian Blaga en 1919: “¡Oh, quiero bailar como nunca he bailado!/ Que no se sienta Dios/ en mí/ un esclavo en la cárcel, encadenado” (Lucian Blaga, Los poemas de la luz, Caracas, Fundarte, 1985, p. 13). Liberar a Dios en nuestra vida es ser libre. Toda nuestra potencialidad humana en positivo al expandirse crea una libertad creativa y maravillosa. Mucha gente está esclava de la postmodernidad, de antivalores y de una cosificación genocida, es tiempo de despertar y bailar nuestra vida en fraternidad y lucidez. El joven, además de borracho, fue metido en la cárcel porque era muy violento, rompía cosas. Allí en la prisión trata de enmendarlo un jesuita. Sin embargo, se escapa de la cárcel con la ayuda del jesuita. Tenía 17 años. “Y ahí me encontré con un vagabundo que me dijo:Oye, ven aquí, imbécil, te veo pasar todas las noches como un miserable ¿no te dijeron que sos príncipe?”. “¿Cómo príncipe?”, le dije. “Ah ¿no sabías eso? ¿No sabías que sos príncipe?”. Y me dice señalando el cielo: “¿Cómo le llamas al hijo del Rey?”. Y acá estoy. Canté de pura alegría…A mí me salvó Jesús, porque conocí El Sermón de la Montaña esa noche cuando el vagabundo me dijo que era un príncipe…Y ese fue mi programa de vida. Yo estaba contento que lo contaba por los campos: ¡Carajo, somos príncipes!...Así me fue llevando la gente y un día, a los 22 años, estaba arriba de un escenario y no bajé más” (Leonardo Padrón, Los imposibles 2, Caracas, Editorial Santillana, pp. 23-24). Así contaba el trovador argentino Facundo Cabral su descubrimiento del baile de la libertad, de estar poseído por un Dios emancipado. Porque ser libre es vivir y contar la vida y compartirla sabiendo que lo divino es nuestra liberación también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario