Por Salvador Montoya/Escritor
Ser libre es tener un vocabulario de
emancipación. Descubrió el poeta venezolano Gustavo Pereira
que una de nuestras comunidades indígenas tiene este concepto muy fuertemente
arraigado: “Los pemón llaman al sabio a
la persona que posee conocimientos y sabe expresarlo Maimú sak (señor o gobernador de las palabras)
mientras que al charlatán o parlanchín le dicen Maimú yen, que significa literalmente ‘saco de
palabras’” (Gustavo Pereira, Costado
indio, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2001, p. 42). Ser libre es cultivarse en el arte de las palabras. No es el hablar
bonito, es usar el poder de la franqueza, de la asertividad por medio de la
conciencia histórica. Los débiles, los mediocres no tienen dominio sobre sus
palabras, sólo repiten viejas consejas, rumores y clichés. Ser libre es dominar tu historia, tu conciencia por las palabras que
crees, que vives y que compartes. Tus palabras definen tu destino, tu
carácter y tu prosperidad. Es 1811, Venezuela está en un hervidero político y
cultural. Un joven que está por cumplir 28 años comparte en una Sociedad
Patriótica los sentimientos de libertad y de independencia. Sin embargo, mucha
gente de poder político imperial y de poder económico se resigna a no hacer
caer el régimen colonial que tiene 3 siglos de mandato. Hay confusión, dudas,
contradicciones. Entonces el joven les arenga brevemente para que salgan del
letargo, de las vacilaciones, de las incertidumbres: “¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años
de calma, ¿no bastan?...Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad
suramericana: vacilar es perdernos” (Simón Bolívar, Doctrina del Libertador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2009, p.
51). Ese lacónico discurso de Simón Bolívar, el 3 de julio de 1811, de 197
palabras contiene todo el léxico que va derrotar al imperio español y traer una
nueva cultura de independencia política. Ser
libre es tener poder por las palabras que le vivifican, le fortalecen esa
libertad. Y ese estilo de comunicación construye una actitud de lucha. Jesús
de Nazaret, al enviar a sus discípulos a hacer su misión, les dijo: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio
de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”
(Mateo 10.16). Ser libre es tener la
actitud de combate con prudencia y sencillez. Escribe Arturo Uslar Pietri
que en un cuento sobre el preste Juan de las Indias, éste le pregunta al rey
Federico II cuál es la cosa más importante para el hombre. “El emperador, sabio y prudente, se queda
meditando un instante, y da luego esta respuesta admirable, que encierra lo que
pudiéramos llamar la esencia del pensamiento del hombre occidental y su concepción
moral de la vida: “Lo más importante para el hombre es la mesura”, es decir, la medida, la proporción, el
equilibrio, la ausencia de exceso” (Arturo Uslar Pietri, Valores Humanos, Tomo I, Madrid, Editorial
Mediterráneo, 1975, p. 144). Ser libre
es administrar con equilibrio el tiempo de la vida, no dejarnos destruir por
las banalidades o los excesos del mundo contemporáneo. Y esa mesura nos
proveerá una sencillez admirable con la cual enfrentaremos cualquier obstáculo
o enemistades. Cuenta Eduardo Galeano, ese mago de las historias, que Ho Chi
Minh, hombre valeroso que derrotó a los ejércitos franceses y norteamericanos: “El tío Ho se parecía poco a los jefes de
otras revoluciones. En cierta ocasión, un militante volvió de una aldea y le
informó que no había manera de organizar a esa gente: -Son unos budistas
atrasados, se pasan todo el día meditando. –Vuelva y medite- mandó el tío Ho (Eduardo Galeano, Los hijos de los días, Buenos Aires,
Siglo XXI Editores, 2012, p. 153). Ser libre
es actuar con la sencillez de entender a las personas, respetarlas y amarlas.
Hay verdaderos cambios cuando se milita en los sueños y en los avatares de la
gente. Por tanto, ser libre es bailar lo
divino que nos mueve la existencia. Cantó el poeta rumano Lucian Blaga en
1919: “¡Oh, quiero bailar como nunca he
bailado!/ Que no se sienta Dios/ en mí/ un esclavo en la cárcel, encadenado”
(Lucian Blaga, Los poemas de la luz,
Caracas, Fundarte, 1985, p. 13). Liberar
a Dios en nuestra vida es ser libre. Toda nuestra potencialidad humana en
positivo al expandirse crea una libertad creativa y maravillosa. Mucha gente
está esclava de la postmodernidad, de antivalores y de una cosificación
genocida, es tiempo de despertar y bailar nuestra vida en fraternidad y
lucidez. El joven, además de borracho, fue metido en la cárcel porque era muy
violento, rompía cosas. Allí en la prisión trata de enmendarlo un jesuita. Sin embargo,
se escapa de la cárcel con la ayuda del jesuita. Tenía 17 años. “Y ahí me encontré con un vagabundo que me
dijo: “Oye, ven aquí, imbécil, te veo
pasar todas las noches como un miserable ¿no te dijeron que sos príncipe?”. “¿Cómo
príncipe?”, le dije. “Ah ¿no sabías eso? ¿No sabías que sos príncipe?”. Y me
dice señalando el cielo: “¿Cómo le llamas al hijo del Rey?”. Y acá estoy. Canté
de pura alegría…A mí me salvó Jesús, porque conocí El Sermón de la Montaña esa noche cuando el vagabundo me dijo que
era un príncipe…Y ese fue mi programa de vida. Yo estaba contento que lo
contaba por los campos: ¡Carajo, somos príncipes!...Así me fue llevando la
gente y un día, a los 22 años, estaba arriba de un escenario y no bajé más”
(Leonardo Padrón, Los imposibles 2, Caracas,
Editorial Santillana, pp. 23-24). Así contaba el trovador argentino Facundo
Cabral su descubrimiento del baile de la libertad, de estar poseído por un Dios
emancipado. Porque ser libre es vivir y
contar la vida y compartirla sabiendo que lo divino es nuestra liberación
también.
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