sábado, 7 de enero de 2012

SER CRISTIANO PROTESTANTE EN VENEZUELA (II PARTE)

Por Salvador Montoya/ Escritor

Entre 1916 y 1974, el cristiano protestante en Venezuela había pasado de ser “gente que traía el mal”, según la opinión de Uslar Pietri, a ser “una mezcla extraña” de marxismo y cristianismo, de acuerdo a Liendo. Además Neptalí, el personaje literario de Liendo, era audaz y poseía una formación política superior. Era más que un teólogo de la liberación. ¿Cuántos cristianos protestantes en la actualidad tienen esas cualidades? Ahora bien, después del brutal Caracazo de 1989, el psicoterapeuta venezolano Manuel Barroso, en su obra La autoestima del venezolano juzga así el papel del religioso protestante y católico: “Y el liderazgo religioso también ha siso excesivamente tímido y limitado por improvisaciones de afuera y amenazas de adentro. La jerarquía ha fracasado en la defensa del pobre y de los valores esenciales, con la voz fuerte de la conciencia porque ha carecido de contacto personal y social con su propia gente. Y el religioso sensible y consagrado se debate entre una obediencia a ciegas y la responsabilidad con sus propias necesidades, entre una vocación que le exige “no meterse en política” y un llamamiento al servicio donde, hoy más que nunca, el mensaje del evangelio es perentorio” (Manuel Barroso, La autoestima del venezolano, Caracas, Editorial Galac, 1992, pp. 10-11). ¡Qué realidad tan fuerte! La corrupción moral de un país se refleja cuando sus dirigentes cristianos fracasan “en la defensa del pobre y de los valores esenciales”. El cristiano protestante debe superar la exclusión y los dogmatismos y vivir y compartir el evangelio perentorio de Jesús de Nazaret.
Sin embargo en los trece años siguientes hubo un despertar profundo del cristianismo protestante que produce el siguiente análisis por los antropólogos venezolanos Iraida Vargas y Mario Sanoja, en 2003, en su libro Razones para una revolución, cuando revelan que: “…el papel protagónico que están jugando las iglesias evangélicas en función de un orden social más justo. Como sus evangelizadores son gente del común: trabajadores, amas de casa, profesionales, ejecutivos, el mensaje evangélico puede llegar directamente a las personas, a sus angustias y frustraciones, a sus temores, insertando a los individuos dentro de una matriz de solidaridad humana y social sin exigirles, como es el caso de las Iglesias Universales renunciar a sus credos religiosos. Las sectas evangélicas has asumido en estos casos el carácter de una forma de resistencia entre la pobreza, la opresión económica y la injusticia, expresando un mensaje de unidad y de colaboración clasista, sin prejuicios étnicos o sociales, entre los diferentes sectores de la clase media, clases populares y pobres de Venezuela” (Mario Sanoja e Iraida Vargas, Razones para una revolución, Monte Ávila Editores, 2005, pp. 64-65). Y esto lo decían en las circunstancias sociales del Golpe de Estado de 2002 al gobierno democrático de Hugo Chávez. Las palabras de los antropólogos son el reconocimiento científico a una labor incansable de multitudes de cristianos protestantes que muchas veces son ridiculizados y menospreciados por los mass media y el establishment venezolano.
Por ese infatigable trabajo, asienta en su columna dominical, el periodista Domingo Díaz Rangel, que según la encuestadora GIS XXI en Caracas “17% dijo ser evangélico, lo que parece mostrar pastores que han ocupado posiciones en los barrios” (Últimas Noticias, 27/03/2011, p. 13). Hoy más que nunca los cristianos protestantes proclaman lo que afirmaba el apóstol Pablo: “No me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1.16). Se está consciente que hay que superar clichés y costumbres mediocres, estructuras mohosas y exclusiones írritas pero el camino del cristianismo sigue siendo el camino para la liberación de los pueblos. Como decía Franz Fanon: “Cada generación debe descubrir su destino para después cumplirlo o traicionarlo”. El destino generacional del cristiano protestante es realizarlo sin vacilaciones.

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