La historia de una persona es la de sus lealtades y amores y en cuanto a un país y sus hechos históricos pasados y presentes no difiere del todo a esa concepción inicial.
Y estamos claros que no son invulnerables al mal y al temor.
Nuestra patria venezolana ha sufrido como cualquier otra, sin embargo, sus hábitos sociales y sus políticas autodestructivas han llevado por décadas y siglos desidia e ignominia alrededor de su territorio.
Y quien ha llevado todas las de perder es la parte de la población que quedó encerrada como por maldición cultural en la ignorancia y la miseria.
Estas consecuencias letales no las recibimos por arte de magia sino que son resultados caóticos de una clase dirigente que se creyó mejor preparada y más fuerte, y fue verdad, tuvieron mejor preparación para acabar con nuestros recursos y fueron más fuertes para eliminar sin escrúpulos a la población hambrienta de cambios positivos.
La mezcla de las tres razas: indígena, africana y española trajo consigo una superioridad de una sobre las otras dos y este hecho se potenció en lo político, en lo monetario, en lo intelectual y en lo eclesiástico.
La exclusión, el racismo, el menosprecio, la injuria y la humillación fueron formas de lacerar sistemáticamente a negros, a mulatos, a criollos y a todo aquel insurgente que promoviera un sistema de igualdad.
La independencia aun con su gallardía y grandeza no pudo romper las cadenas que mantenían a las clases denigradas en tinieblas; en la retórica se aclamaba por derechos pero en la práctica se hacía todo lo contrario.
Y después de 1830 caudillos amarrados a los intereses de las oligarquías criollas que eran las dueñas de la mayoría de las tierras y de los negocios sepultaron el pensamiento bolivariano de igualdad y liberación y sometían a muerte a los pataenelsuelo.
Pero estos nadies nunca has esperado un mesías o una panacea, hemos resistido y nos han diezmado pero jamás nos daremos por vencido porque nuestra conciencia activa nos impulsa a la lucha.
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