Iba
de puerta en puerta. El oficio de fotógrafo itinerante le daba lo mínimo de
subsistencia. Tenía a su mujer embarazada. Por meses un comedor popular les
proveía sustento gratuito. Entonces hizo la oración: “Dios, si tú me das un
buen trabajo, yo me entrego a tus caminos”. Vestía una camisa vieja, de estampado
triste. Calzaba unas cotizas destruidas. Meses después de la plegaria pudo
conseguir un buen empleo. Han pasado de esa época 7 años. Hoy está en la mesa
de mi casa, compartiendo un almuerzo criollo. “¿Tú crees que Dios escuchó lo
que le pedí?”. Su hermano nos acompaña a
la mesa. Y el devoto nos arenga: “Más que eso, yo sabía que él me respondió,
pero pasé 5 años sin seguir sus caminos. ¿Por qué? Yo no quería servirle para
estar amargado, sin ser como soy yo: echador de broma, fiestero, cuenta chistes.
Tú sabes, se enseñó que aquel que sigue el camino de Jesús es un tipo encerrado
en sí mismo. Sin embargo, Jesús era todo lo contrario”. Luego nos cuenta cómo
fue transformando sus principios de vida, los tropiezos y los retos que ha
enfrentado y nos lanza su certeza: “Yo no dependo de este trabajo que tengo,
Dios me ha dado una misión, cumplirla es mi trabajo. Ya tengo 2 años en eso”. Y
quien cumple con esa misión no vivirá en vano su vida, influenciará toda su
generación, toda su historia. Él es uno de los genuinos discípulos de Jesús.